viernes, 21 de mayo de 2010

Realidad.

De repente, todo oscuro. A lo lejos se podían divisar dos luces, pero ninguna de ellas podía iluminar ni siquiera cerca de donde yo estaba parado. Corro y tropiezo, así como tropiezan todos los que intentan salir rápido de dónde nunca deberían haber estado. Caigo, tan abajo que ahí, caer, ya no duele tanto. No quise intentar más, quise rendirme, dejar que la marea me lleve a, tal vez, las aguas del olvido, en donde muchos como yo han terminado. Miré hacia mi alrededor, pensando que quizás habría algo que me de el último empujón para que de mi no quede nada, para hundirme sin que me duela tanto. Pero ví a miles, miles que sudaban sangre sólo para que yo salga de ese lugar. Miles que derramaron tantas lágrimas por mi, como papelitos cayeron en mi cuerpo en mis momentos de gloria. Me levanté y seguí, arremetí fuerte contra todo lo que se me cruzara, ese no era mi lugar, ahí no debía estar, ahí no iba a morir.
Me levanté y seguí, mirando como por cada paso que hacía, una sonrisa se dibujaba en el rostro de aquellos a los cuales había visto arrodillados desconsolados por la oscuridad que parecía sumergirse mi futuro.
Peleé convencido que por más golpes que recibiera, nada me iba a parar. Aquellas dos luces cada vez eran más cercanas, aún no me iluminaban, pero la oscuridad ya no me daba miedo. No veía a esos miles, pero los sentía. "Dale Negro, dale Né..." tronaba llenándome de fuerzas.
Atrás había dejado miedos, fracasos, sueños destrozados, ilusiones rotas, llantos y decepciones. Me tomé un tiempo para frenar. Miré hacia adelante, una luz me encandiló y me obligó a cambiar de lugar la visión. Hacia atrás no lograba ver nada, un humo me levantaba mientras la lluvia de papeles me envolvía y arropaba pero dejándome ver cómo un manto de sangre y luto cubría aquellos escalones donde, unos años antes, esos miles me habían prohibido dejarme morir.
Vi como la ciudad se vestía con mis dos colores, como en cada esquina de cada barrio siempre había algo que les hacía acordar a las personas que yo existía, que yo estaba vivo, que esos miles que vi en el suelo tenían el orgullo de saber que eso que estaba pasando también era de ellos.
Volví a mirar hacia adelante y a seguir, eso era lo que me había impuesto, no me iba a conformar con sólo eso.
Seguí, con montones de guerreros llevando mi bandera como estandarte. Fuimos demoliendo gigantes, derrumbando muros, haciendo temblar el lugar donde pisábamos. Y, una vez más, golpeamos las puertas de la gloria. "Quién aguanta es el que existe" y yo, de tanto aguantar, existía más que nunca. Brillaba con una luz propia de sólo aquellos que supieron renacer de las llamas. Esa vez, la suerte, fiel sirviente de la gloria y el triunfo, no nos abrió las puertas. Un golpe más, un golpe más que me hizo más fuerte, que me hizo creer que ya nada me iba a hacer retroceder. "¡Que se vengan más golpes!" rugí bien fuerte, para hacerles saber al mundo que nunca estuve muerto, que sólo me tomé un descanso y que en ese momento, se había despertado un gigante.
Hoy mirando hacia atrás recuerdo cada momento que viví, todas esas emociones, los pibes, jóvenes y no tan jóvenes que me han ayudado a crecer, el peso de la historia, el respeto ganado, los recuerdos dolorosos, la impotencia y las injusticias que viví, la anestesia general a los dolores, las tristezas que curamos con abrazos, cada kilómetro recorrido y cada una de las historias que junto a mi, muchísimos han vivido.
Hoy, sentado en un lugar más alto de lo que jamás pensé llegar, comienzo a pensar en seguir subiendo. Por esos momentos, por esas emociones, por seguir llenando de orgullo a esos miles que me salvaron de todas las formas posibles y que aún sueñan, porque ese sueño es la razón de su vida para seguir soñando.


Con un "gracias" no alcanza
FELICIDADES CAMPEÓN



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